miércoles, 24 de julio de 2013

El bonito pueblo de Norg

Norg, a tan sólo 8 kilómetros de Veenhuizen, es tan bonito que lleva con orgullo la etiqueta de “pueblo más bonito de la provincia de Drenthe”. Y no hay para menos. Es un pueblecito agradable de unos cuatro mil habitantes, con una plaza arbolada presidida por una iglesia del siglo XIII, cuatro o cinco calles empedradas, dos supermercados, decenas de casas con encanto, unos cuantos hoteles y restaurantes, un par de gasolineras y dos molinos restaurados, de estos que parecen a punto de foto.
Con todos estos datos no es extraño que en Norg predomine un turismo tranquilo, con parejas de holandeses jubilados que se pasean en bicicleta por la campiña de los alrededores, sin cansarse demasiado, y acuden al atardecer a recuperar fuerzas a alguno de los restaurantes de la población, después de admirar las casas típicas con tejado de paja.
De vez en cuando pasa por Norg una pandilla de moteros. Paran lo justo para tomar una cerveza, echan un vistazo rápido al pueblo y vuelven a la carretera. Ven que no es su rollo. A los jubilados, en cambio, les encanta tanta tranquilidad. Plácidos paseos en bici y, muy de vez en cuando, si buscan “emociones fuertes”, acuden al vecino Veenhuizen, a dar unas vueltas alrededor de la prisión. Es entonces cuando les sube la adrenalina e imaginan las situaciones de peligro que es imposible imaginar en Norg.

viernes, 19 de julio de 2013

Una cita en el cementerio de Veennhuizen


El pueblo-prisión de Veenhuizen tiene una personalidad que vas descubriendo poco a poco. Al principio, si exceptuamos la prisión, parece muy idílico, con campos verdes, canales, bicicletas… Pero a la que profundizas te das cuenta que todo en Veenhuizen parece estar hecho para empujar a sus residentes a escribir novela negra. Un ejemplo, ayer quedé con unos vecinos y el lugar elegido para la cita fue el cementerio. “Podemos beber algo allí”, me dijeron como si fuera un escenario de lo más normal.

El cementerio de Veenhuizen tiene su encanto, no lo niego. Y también su historia. Se fundó en 1822, poco después de que la Sociedad de Beneficiencia inaugurara aquí el asilo que más tarde se reciclaría en prisión. Durante muchos años enterraron aquí a los vagabundos del asilo, sin nombre y sin lápida, hasta que a partir de 1875 empezaron a ponerles algún distintivo. “Se estima que hay unos 10.000 muertos sin nombre, y unos 1.600 con lápida o cruz…”, me comenta Pieke, una de las voluntarias del cementerio.
A Pieke le gusta restaurar las cajas con flores de porcelana y hojas de bronce o de cobre que se ponían antes sobre las tumbas. Quedan pocas, pero las restauran con mimo. Me lo cuenta mientras nos tomamos la copa en la casita del sepulturero y yo pienso que no sería mala idea abrir aquí un bar que bien podría llamarse La Última Copa. Es solo una idea.

domingo, 14 de julio de 2013

Bicicletas, iglesias y prisiones

 Empiezo a sospechar que en Holanda aprenden a ir en bicicleta antes de caminar. Sólo hace falta fijarse en los caminos que hay por Veenhuizen. Los fines de semana se llenan de holandeses felices que padalean por la campiña al ritmo pausado de unas bicicletas de paseo que no tienen nada que ver con las del Tour. Ves una etapa de montaña por la tele y puedes leer esfuerzo y sufrimiento en cada golpe de pedal; aquí, en cambio, lo único que ves son bicicletas de buen rollo.
Y así, pedaleando, pasa la vida en el tranquilo pueblo de Veenhuizen, donde lo que más llama la atención son las prisiones, rodeadas de rejas, canales y ciclistas, y dos grandes iglesias, una católica y una reformista. Hace cincuenta años, presos y funcionarios asistían juntos a misa. ¡Qué tiempos aquellos en que los presos salían de la cárcel para ir a la iglesia los domingos! Eso sí, las iglesias cuentan con urinarios al lado, para que los presos pudieran miccionar antes de entrar. Y es que, con la excusa de salir a echar una meada, se ve que más de uno se había fugado.
 

La iglesia reformista, de planta octogonal, impresiona todavía hoy, pero sólo hay una misa a la semana. En la católica, ni eso. Está cerrada, quizás para siempre, por falta de clientela. En el fondo ya me va bien, ya que estoy viviendo este mes de julio en la antigua rectoría, un edificio de 1908 reconvertido en Residencia de Escritores gracias al buen hacer de Mariët Meester. Un cuadro del antiguo rector me observa ahora mismo, mientras escribo. El hombre sonríe con benevolencia, pero no sé, no sé, entre los presos que me limpian el jardín y el rector que me vigila no puedo evitar sentir que me rodea un ambiente inquietante.

jueves, 11 de julio de 2013

"Amor y fe" en la prisión


Las casas de los funcionarios de Veenhuizen, que se levantan entre los campos verdes y la prisión rigurosamente vigilada, son de dos o tres plantas, según el nivel de vida del funcionario, y ostentan en la fachada unas palabras que son proclamas morales. Ahí van algunos ejemplos: “Amor y Fe”, “El trabajo es vida”, “Rezar y trabajar”, “Pasión por la vida”, “Humanidad”.
Estas moralinas son, en el fondo, una herencia del espíritu filantrópico que llevó a mediados del XIX a la fundación de Veenhuizen. Con el paso de los años, aquel espíritu ha quedado olvidado y Veenhuizen es lo que es: un pueblo prisión en el que hasta 1984 estaba prohibido entrar si no tenías alguna relación con la cárcel. Quedan, sin embargo, esos carteles que hablan de redención y de reengancharse a la vida.

En Holanda hay actualmente 16.000, de los que un 8% son mujeres. En Veenhuizen hay unos setecientos, algunos de los cuales abandonan de día su reclusión para limpiar los jardines del pueblo. Ayer, por cierto, había una brigada en casa. Buena gente, a juzgar por sus sonrisas, pero cuando sacaron una sierra mecánica de las de Matanza de Texas para podar algunas ramas no pude evitar sentir un escalofrío.

lunes, 8 de julio de 2013

Las prisiones de Veenhuizen


Para conocer la historia de las prisiones de Veenhuizen vale la pena visitar el museo. Se inauguró en 2005 y está instalado en uno de los edificios construidos en el XIX para albergar y dar trabajo a los muchos pobres que había en Holanda después de las guerras napoleónicas. La Sociedad de Beneficiencia construyó aquí tres grandes edificios comunitarios, con un patio en medio y separados por los campos que tenían que trabajar los pobres, pero a finales del XIX se hizo cargo de todo el Ministerio de Justicia, que los transformó en colonia penitenciaria. Hoy sólo queda un edificio original, el del museo, pero hay cuatro prisiones en Veenhuizen.
Entre las prisiones hay canales y campos idílicos por los que la gente pasea en bicicleta y casas en las que, hasta 1984, cuando el pueblo era una comunidad cerrada, sólo podían vivir funcionarios de prisiones. Ahora, sin embargo, están abiertas a todo el mundo, aunque el hecho de que haya cinco prisiones en el pueblo le da a Veenhuizen un aire especial. La visita al museo permite, entre otras cosas, comprobar que las prisiones de hoy han mejorado las de antes. Basta con echar una mirada a las jaulas del museo.
Mariët Meester, que creció en Veenhuizen como hija del maestro, me cuenta que tiene un buen recuerdo de su niñez aquí y que nunca tuvo conciencia de vivir en un lugar distinto. “Sólo cuando fui al instituto de Groningen vi que Veenhuizen no era igual que los otros pueblos”, apunta en su libro Koloniekak.La memoria de este mundo aparte, sin embargo, persiste en el museo.

viernes, 5 de julio de 2013

Desde un pueblo-prisión de Holanda


Hace ya varios días que estoy instalado en Veenhuizen, un curioso pueblo del norte de Holanda que nació a finales del siglo XIX como colonia utópica para ayudar a los pobres y acabó convertido en un pueblo-prisión en el que convivían presos y funcionarios. Mi amiga Mariët Meester, hija del maestro del pueblo, creció aquí y ha escrito un libro sobre este mundo: Koloniekak, que puede traducirse como “Mierda de colonia”, que era como, de un modo obviamente despectivo, la gente de la región llamaba a los habitantes de Veenhuizen.
Gracias a la amabilidad de Mariët estoy pasando este mes de julio en la casa donde vivía el rector de Veenhuizen. Muy agradable, por cierto, y la verdad es que resulta interesante la experiencia de vivir en este mundo, vedado a los foráneos hasta 1984, en el que todavía hay cuatro centros penitenciarios que conviven con casas inmersas en el típico paisaje holandés: campos llanos y verdes, canales, molinos y gente que pasea en bicicleta. En mis paseos, a menudo voy a parar sin darme cuenta a las prisiones, protegidas con triple reja, un canal que evita tentaciones de fuga peliculera y un cartel que avisa de las prohibiciones.
Ya ves: ni las pistolas ni la marihuana están permitidas en Veenhuizen. Qué cosas tienen esos holandeses. Por otra parte, la vida aquí resulta muy tranquila, ideal para retirarse a escribir, que es lo que de hecho estoy haciendo. Mientras escribo, veo por la ventana como una brigada de presos limpia mi jardín. Nos saludamos con una sonrisa y cada uno se concentra en lo suyo. Cuando vuelvo a teclear en el ordenador, sin embargo, no logro alejar la sospecha de que quizás sería mejor que me fuera a hablar con los jardineros. Quién sabe, hasta es probable que de esta conversación saliera una buena novela negra.