lunes, 26 de agosto de 2013

Lord Byron y el turismo cultural

El traslado de peregrinos a Tierra Santa fue para los marinos de la Edad Media, según cuenta David Abulafia en El gran mar, un negocio muy lucrativo. Supongo que como lo son ahora las pereginaciones a Roma o a La Meca. La diferencia es que los viajes de antaño eran más largos, más peligrosos y más duros, tal como lo cuenta el dominico Félix Fabri, que en 1480 viajó de Alemania a Tierra Santa. En su crónica habla de incomodidades sin fin, de los gusanos de la carne, de un agua insalubre y de ratas y cucarachas que convivían con ellos en el barco.
Abulafia escribe que el turismo cultural por los escenarios de la antigüedad clásica nació cuando Petrarca, en 1358, escribió un libro en el que señalaba los lugares interesantes que había en la ruta hacia Tierra Santa. Allí estaban las islas visitadas por Ulises, la Cilicia donde Pompeyo derrotó a los piratas, la tumba de Alejandro el Magno en Alejandría y, por supuesto, el lugar de la crucifixión en Jerusalén.
Muchos años después, sobre todo en el siglo XIX, vendría el Grand Tour, el viaje por Europa que emprendían los estudiantes británicos más acomodados para completar sus estudios. Francia, Suiza, Italia y Grecia eran los países elegidos. Lord Byron es un buen ejemplo de viajero cultural: durante su estancia en Venecia, además de admirar el arte, proclamó que había tenido 350 relaciones sexuales, y su amor por Grecia le llevó a participar en la guerra por la independencia contra los turcos. Lástima que, en 1826, la malaria acabó con él en Missolongui, en el norte de Grecia. Tenía solo 36 años. La ciudad donde murió, por cierto, se convirtió en nuevo destino del incansable turismo cultural.


martes, 20 de agosto de 2013

Los entrañables cruceros del siglo XII




Leyendo El gran mar, un interesante libro sobre el Mediterráneo del catedrático de Cambridge David Abulafia, me encuentro con unos cuantos párrafos que describen cómo era la vida a bordo de los barcos que cruzaban el Mare Nostrum en el siglo XII. Abulafia parte de la aventura del geógrafo valenciano Ibn Yubair, que salió de Ceuta en un barco genovés el 24 de febrero y llegó a Alejandría el 26 de marzo de 1183, desde donde prosiguió viaje por tierra hasta La Meca. En 1185 realizaría el viaje a la inversa, sufriendo incluso un naufragio en las costas de Sicilia.
Cuenta Ibn Yubair, que tuvo que enfrentarse a una fuerte tempestad, que “los viajeros dormían al raso, utilizando sus posesiones como almohada y colchón”, al más puro estilo hippy, y que lo que entonces movía a viajar por mar, por lo general en condiciones lamentables, era sobre todo la fe.
            Describe Ibn Yubair como cristianos y musulmanes que morían a bordo recibían sepultura con el método tradicional de arrojarlos por la borda, y añade que durante la larga travesía se podía comprar a bordo comida fresca, y que “era como si en este barco estuviesen en una ciudad que reunía todas las comodidades”.
            En su relato del periplo, Viajes, Ibn Yubair cuenta el día a día de un modo que permite una distante comparación con los cruceros actuales. Tanto las naves de entonces como las de ahora se dedicaban a cruzar el Mediterráneo, aunque, a juzgar por lo que cuenta el viajero valenciano, los viajes de entonces tenían un componente aventurero que habría hecho las delicias de algunos mochileros de hoy.

sábado, 10 de agosto de 2013

Una visita de la lejana Islandia

A veces viajas para ver amigos, y a veces son ellos los que te viajan. Quiero decir que ellos te visitan en nombre de la amistad y para contarte cosas de su país. Es lo bueno de los viajes, que no sólo ves lugares maravillosos, si no que también descubres muchos amigos por el camino; amigos que te vas reencontrando. Es el caso de Einar, un amigo al que he visitado varias veces en Islandia y que ahora está pasando unos días en casa con su esposa, Margrét, y sus tres encantadoras hijas, Arna Björk, Artis Osk y Hugrun Helga.
Conocí a Einar en el 2000, viajando por Europa en un tren que no parecía tener ninguna prisa por llegar a destino. Nos hicimos amigos y al año siguiente me invitó a Reykiavik, donde pasé un par de meses y donde aprendí a amar esta isla volcánica que acabaría por inspirarme mi libro La isla secreta, en el que Einar ejerce de guía imprescindible. Un viaje siempre lleva a otro, y esto es lo bueno: que es la historia de nunca acaba.
Ahora, cuando veo a Einar paseando por la Costa Brava, con su esposa y sus hijas, me parece a veces una persona distinta. Es inevitable: los años y las responsabilidades pesan. Pero basta con que empecemos a hablar de los viejos tiempos para volver a encontrar el Einar de siempre. Y espero que así sea durante muchos años, y a poder ser reunidos en torno a una mesa mediterránea, viendo como nuestros hijos respectivos se van haciendo amigos y como la vida va pasando de un modo alegre y festivo.

jueves, 1 de agosto de 2013

Fuga del pueblo-prisión de Veenhuizen


Se acabó. Por fin he conseguido fugarme del pueblo-prisión de Veenhuizen. Después de pasar todo el mes de julio en este original pueblo holandés, entre canales, marismas, bicicletas y módulos carcelarios, me largo para el sur, a pasar calor en casa. La verdad es que, visto lo visto, en Veenhuizen se vive muy bien. ¡Y fresquito! Pero al final he hecho como los hermanos Dalton, he pedido el montante y me he largado.
Me preguntan los amigos si salgo con la condicional. La verdad es que no lo sé. Preferí no preguntarlo. Aunque, bien pensado, no me importaría volver a Veenhuizen, y en concreto a De Pastorie, la casa de 1908 en la que he estado viviendo. Era agradable escribir allí: las horas eran limpias y el silencio de misa. Intuyo que esta Residencia de Escritores, hábilmente comandada por Mariët de Meester, está destinada al éxito. 
Cierto que lo de tener la prisión a un paso, y que los presos limpien tu jardín, puede ser en principio algo negativo, pero hasta lo hecho de menos. Me gustaba, en mis vagabundeos en bicicleta, encontrarme de vez en cuando con las rejas que separaban un mundo aparte. Aunque, si he de ser sincero (y no veo porque no debería serlo), diré que prefería dirigirme a la cervecería Maalust. Una gran cerveza en un ambiente muy apropiado. Con los Dalton en la esquina señalando el camino de la fuga...