martes, 30 de diciembre de 2014

Un lugar mágico llamado Sangri-la



Asociamos Shangri-la con la utopía, con un mundo aparte en el que la felicidad está al alcance, pero el nombre de Shanrgi-la fue usurpado hace años por una cadena hotelera que pretendió asociarlo al lujo oriental. No nos engañemos: felicidad y lujo son cosas muy diferentes.
Llego a Shangri-la, en la provincia de Yunnan, no muy lejos del Tíbet, sabiendo que hay algo de trampa en este lugar. Fue el novelista británico James Hilton quien en 1933, en la novela Horizontes perdidos, escribió por primera vez el nombre de Shangri-la. Era un valle secreto, cerca del Himalaya, en el que había un monasterio en el que la gente vivía más de doscientos años en estado de felicidad. Vino después, en 1937, la película de Frank Capra, que acrecentó el mito de Shangri-la. 
Los chinos, que son unos linces, decidieron hace unos años aprovechar el tirón del mito y, aprovechando una simple hipótesis, le pusieron a una ciudad que hasta entonces se llamaba Zhongdian el nombre de Shangri-la. Construyeron carreteras y con el nuevo nombre consiguieron atraer al turismo internacional. Hace un año, sin embargo, la parte vieja de Shangri-la se quemó. Shangri-la ya no es lo que era, aunque quedan todavía algunas calles con encanto, el bello monasterio budista de Songzanlin, la montaña del Dragón de Jade, los apacibles yaks del valle de Napa y el molino de oración más grande del mundo, en el Templo Dorado. A pesar de todo, merece la pena viajar a Shangri-la, un lugar bendecido por la magia de un nombre utópico.

sábado, 20 de diciembre de 2014

Lijiang, una ciudad de cuento



Vista desde las alturas, Lijiang parece una ciudad de cuento. Los tejados grises y uniformes de sus bellas casas de piedra, con las altas montañas al fondo, le otorgan una consistencia etérea, como si hubiera surgido de un sueño. Cuando desciendes a la ciudad, al atardecer, esperas que el sueño se prolongue, pero no tarda en convertirse en una especie de pesadilla. Lijiang, una de las ciudades más bien conservadas de la provincia de Yunnan, con sus calles empedradas sin coches y sus más de trescientos puentes de piedra, ha sido tomada por masas turísticas que la han convertido en un parque temático. Me cuentan que la UNESCO la declaró Patrimonio de la Humanidad en 1997, pero en vista de los desastre del turismo, se está planteando retirarle el honor. No me extraña.
Con Lijiang sucede en buena parte lo que escribió Paul Theroux: “Cuando un lugar adquiere fama de paraíso, sé que no tardará en convertirse en un infierno”. Las casas y tiendas tradicionales se Lijiang se han convertido en tiendas dedicadas a los numerosos turistas; y las antiguas casas que se asoman a los canales han sido invadidas por una música estridente que invade toda la ciudad. Es una pena, pero la ciudad de los sueños no tarda en agobiar al viajero. 
Cuando nace el día, cuando la fiebre consumista aún no se ha apoderado de Lijiang, es un buen momento para hacer las paces con la ciudad. Las calles están vacías y las tiendas cerradas, y el agua de los canales contribuye a pregonar la calma. En la plaza bailan unos viejos naxi, la etnia local, y el mercado vibra con productos exóticos. Un poco más allá, en el Jade Spring Park, el murmullo de las fuentes, el agua reposada y los templos contribuyen a recuperar la calma y a hacer las paces con Linjiang, una ciudad que Peter Goullart describió hace años en Forgotten Kingdom, un libro delicioso que nos devuelve a un pasado en el que todavía no existía el llamado turismo de masas.

domingo, 14 de diciembre de 2014

El Salto del Tigre



Los chinos no se andan con rodeos: si un lugar merece el nombre de Garganta del Salto del Tigre hay que poner la estatua de un tigre en algún lugar. Hay una, por tanto, a la entrada de la gran atracción de la provincia de Yunnan, calificada AAAA según el criterio oficial. Aunque le falte una A para alcanzar la perfección turística, cada año acuden a esta impresionante garganta millones de turistas.
A lo largo de quince kilómetros, el río Yangtsé se abre paso entre dos altos acantilados, con picos de más de cinco mil metros en la cercanía. El agua truena y bulle, amenazante, mientras los chinos se hacen fotos con posturas de foto. Cuenta la leyenda que un tigre logró huir de un cazador saltando el río por su parte más estrecha. De ahí el nombre y de ahí la estatua del tigre que hay en lo más alto, y la que hay en la orilla.
En medio, turistas y más turistas, sobre todo chinos, que bajan y suben las empinadas escaleras. El lugar impresiona, y también la gran Montaña del Dragón de Jade que domina esta parte de China. La grandeza del paisaje de Yunnan se diploma en esta garganta apadrinada por un tigre saltarín.

domingo, 7 de diciembre de 2014

El puente, la plaza, el mercado y la calma de Shaxi



A la entrada de Shaxi hay un monumento con caballos y arrieros que recuerdan que la riqueza de la población viene de la antigua Ruta del Te, que unía Yunnan con el Tíbet, por caminos de herradura, para comerciar con el famoso te que se cultiva en esta región. Alrededor de Shaxi, sin embargo, no hay campos de te; sólo un precioso valle lleno de arrozales y un río de aguas tranquilas. En el río hay un bello puente que se diría que está para inspirar a pintores paisajistas. Constable, por ejemplo.
 Shaxi es una población preciosa, aunque la nueva autopista hace que cada día reciba más turistas. Tiene una hermosa plaza con un viejo teatro, casas bajas tradicionales que albergan agradables pensiones, callejones escoltados por canales de riego y un gran mercado, los viernes, en el que los campesinos de las montañas, ataviados con ropas de colores vivos, venden verduras, frutas, setas, fideos, tofu, especias y lo que haga falta.
Cuando uno se cansa del mercado, puede perderse por unos callejones que respiran una calma de otro tiempo. No sé por qué, pero mientras paseo por Shaxi me acuerdo, por contraste, en las multitudes de Hong Kong o Shanghai. Nada que ver, por supuesto. Aquí reina una calma de otros siglos, una calma que, vistos los tiempos que corren, vale su peso en oro. Quizás por eso muy cerca de Shaxi se encuentra un lugar ideal para la meditación, Shibao Shan, una montaña en la que los templos budistas se funden con la naturaleza.