sábado, 12 de diciembre de 2015

La fiesta del Loy Krathong en Chiang Mai

En Tailandia cualquier excusa es buena para montar una fiesta. La gente parece estar siempre dispuesta a salir a la calle para celebrar que la vida es bella y que, ya puestos, es mucho mejor vivir con luces, colores y alegría. La fiesta del Loy Krathong, que viví hace unos días en Chiang Mai, encaja con este espíritu. Los tailandeses sacan a la calle carrozas y alegría y lanzan globos al cielo para que se lleven los malos rollos.
Ver cómo el cielo se va llenando de lucecitas que se alejan convierte la fiesta en una maravilla gozosa que todos parecen compartir, aunque hay quien prefiere dejar que la corriente se lleve río abajo las ofrendas depositadas en una barquita hecha con hojas enlazadas. Las carrozas y la música acaban por redondear una fiesta que hace que cada año, a finales de noviembre, Chiang Mai se llene de visitantes.
Llegué a Chiang Mai, sin proponérmelo, justo el gran día del Loy Krathong, en el que tuve como guía al buen amigo Josep Maria Romero, un taoísta partidario del buen rollo que ya hace cuatro años que vive allí. Fue un buen augurio ver cómo el cielo se iba llenando de globos que se llevaban los malos rollos lejos, muy lejos. Con un inicio como éste, el viaje sólo podía ir bien.



lunes, 9 de noviembre de 2015

La ciudad perdida de la Ruta de la Seda



Apenas si queda nada de Otrar, una ciudad del sur de Kazajstán que fue famosa en los lejanos tiempos de las caravanas de la Ruta de la Seda. La destruyó Genghis Khan en 1219 y, tras ser reconstruida, Tamerlán murió allí cuando iba a conquistar la China, en 1405. Sus ruinas desprenden hoy una sensación de soledad que no permite imaginar el esplendor pasado. Para ver lo que pudo ser hay que ir a la cercana ciudad de Turkestán, donde deslumbra el impresionante mausoleo del santo sufí Khoja Ahmed Yassawi.

Otrar es hoy silencio, polvo y olvido, pero la ciudad que la sustituyó en la estepa, Turkestán, se muestra aún viva y vibrante, gracias al santo sufí que vivió allí en el siglo XI y a quien Tamerlán, en el siglo XIV, ordenó construir un magnífico mausoleo. Miles de peregrinos acuden a visitarlo con una devoción absoluta que contrasta con la desolación de Otrar. 
No muy lejos del mausoleo, en la misma ciudad de Turkestán, la mezquita sufí subterránea, reconstruida hace unos años, impresiona por sus distintas dependencias y por la mirada interior a que se veían forzados quienes vivían en ella. El sufismo es un territorio aparte en el Islam, un territorio que merece la pena explorar.

lunes, 2 de noviembre de 2015

En Astaná, con los Leopardos de las Nieves



Astaná es una ciudad rara, como todas las que han surgido de la nada. En 1998 el presidente Nazarbáyev decidió convertirla en capital de Kazakhstán, desplazando a Almaty. De repente, la capitalidad pasó a una aldea situada en medio de la estepa. Como el país es rico en petróleo, no se ha escatimado dinero para vestirla de capital.
Astaná es rara y fría. En invierno, la temperatura llega a 40 bajo cero y, cuando sopla el viento siberiano, se hace difícil circular por la ciudad. El arquitecto japonés Kisho Kurokawa ganó el concurso de un ambicioso plan urbanístico que, gracias a los petrodólares, se va cumpliendo. Dicen que en 2030 Astaná estará terminada, con edificios de Norman Foster y otras estrellas, con una Ópera neoclásica, una Gran Mezquita, muchos museos y edificios espectaculares. Astaná es, de hecho, una ciudad museo.
Lo bueno de los países fríos es que practican deportes de invierno. El hockey sobre hielo, por ejemplo. Uno de mis grandes momentos en Astaná fue asistir, en compañía de buenos amigos, a un partido de Los Leopardos de las Nieves, que es como se llama el equipo de Astaná. Ganaron 5 a 0 a un equipo ruso, pero lo de menos fue resultado. Ver a aquellos leopardos que me recordaban el gran libro de Peter Matthiessen luchando por defender el nombre de Astaná, fue un placer.



jueves, 29 de octubre de 2015

Yurtas, trenes y "porridge"



En Asia Central se esfuerzan por borrar todo rastro de la URSS, aquella enormidad que se esfumó en 1991. Algunos han optado por sustituir las estatuas de Lenin por las de Timerlán, mientras que otros prefieren a Gengis Khan. Sea como sea, hay que enviar a Lenin y a Stalin al fondo del armario y reivindicar la antigua vida nómada, a base de caballos salvajes, austeridad y yurtas.
En lo que se refiere a los trenes, sin embargo, Kazajstán sigue fiel a los recios vagones rusos, modelo Transiberiano, con literas estrechas, revisores autoritarios, un samovar en cada esquina y un restaurante en el que, diga lo que diga la carta, tienes que comer lo que te diga una camarera adusta modelo matrona. Afortunadamente, la cerveza y el vodka nunca faltan. 
Para el desayuno, lo que más se lleva es el porridge, una papilla de cereales con leche y otros ingredientes sospechosos. Es algo así como comer engrudo, aunque, no sé si será por el frío, pero acaba uno viciándose. Ya se sabe, en los viajes terminas por hacer cosas que te sorprenden a ti mismo. Lo dijo el filósofo: “El mejor viaje es aquel del que regresas siendo distinto de cuando saliste”. Pues eso, ahora me gusta el porridge.




sábado, 24 de octubre de 2015

Comiendo setas en Kazajstán



Dice la teoría del caos que si una mariposa mueve las alas en Europa puede provocar un tornado en las antípodas. La traducción a nivel cotidiano podría ser que si este año no hay setas en Cataluña habrá que ir a buscarlas a otro país. A Kazajstán, por ejemplo. Pilla lejos, en Asia Central, pero de paso puedes conocer un país con maravillas como las Tien Shan (Montañas Celestiales), que acogen el misterioso lago del Abedul.
Niebla, abetos, montaña, lluvia e incluso nieve. No puede decirse que las condiciones fueran óptimas para un paseo por Kazajstán, pero ya se sabe que, en los viajes, las malas condiciones son a veces grandes oportunidades. Este tiempo aciago fue, al fin y al cabo, la causa de que pudiéramos admirar los colores otoñales del bosque y llegar al lago con la mejor luz posible; y que, de paso, pudiéramos coger unas sabrosas setas y comérnoslas junto al lago. Para beber, vodka, que por algo estamos en Kazajstán.
Román, un conductor veterano de unas cuantas guerras, hombre de gesto adusto y conducta enérgica, fue quien cogió más setas, entre ellas unas muy parecidas al rovelló (níscalo). Fue una gozada comerlas con los amigos Fernando Sánchez-Heredero, José Luis Angulo y Paco Nadal. Cuando en un viaje llegan sorpresas como ésta, sabes que empiezas con buen pie.

lunes, 14 de septiembre de 2015

Volver a las islas griegas



Las islas griegas no se acaban nunca. Hay más de dos mil, de las que unas ciento setenta están habitadas. Esto significa que siempre quedan islas pendientes. Este verano he estado en Amorgós, una pequeña isla de las Cícladas, preciosa, tranquila. El pueblo de Chora, medio escondido en el corazón de la isla, escoltado por molinos caídos en desuso, es una maravilla, como también lo es el monasterio de Panagia Hozoviotissa, pegado a un acantilado, unos trescientos metros por encima del mar.
En Amorgós la vida es apacible, sin grandes hoteles, con un par de playas y tabernas donde se come buen pescado y se bebe buen vino. Las casas blancas de Chora resplandecen como un faro que te llamara a un lugar acogedor, siempre con una pequeña iglesia, de un blanco nuclear, a unos pocos pasos. 
 Los restos de la antigua fortaleza, en el centro de Chora, parecen conjurar a las casas blancas a su alrededor, en una sinfonía perfecta.

domingo, 23 de agosto de 2015

Esperando la última ola en Siargao



En Siargao, la vida es fácil. Las excursiones por las pequeñas islas de los alrededores te ofrecen unas playas maravillosas que parecen paraísos de bolsillo, como Naked Island, la isla en la que sólo hay arena blanca, agua transparente y fondos de coral.
Daku es otra de las pequeñas islas que merece la pena visitar. Allí vive una comunidad de pescadores que buscan la sombra de las palmeras mientras limpian el pescado o entrenan a sus gallos de pelea. Más al sur, la cueva de Sohoton y los acantilados de la isla de Buca Grande permiten seguir inmersos en el paraíso. 
Al anochecer, de vuelta a Siargao, es bueno dejarse caer por la Cloud 9, la famosa ola que adoran los surfistas y que cuenta con una larga pasarela para llegar hasta ella. En los bares de los alrededores siempre hay un ambiente agradable y relajado.Se está bien en Siargao, se está bien en Filipinas.



sábado, 15 de agosto de 2015

Siargao, donde el paraíso está más cerca



En Siargao, una pequeña isla pegada a la gran isla de Mindanao, el paraíso parece estar más cerca. Para llegar hasta aquí hay que subirse a un avión en Manila que sobrevuela algunas de las más de siete mil islas que hay en Filipinas. Pasada hora y media aterrizamos en Surigao, al norte de Mindanao. Desde aquí, tres horas en barco nos llevan hasta el pequeño paraíso de Siargao.
Siargao tiene sólo 430 kilómetros cuadrados, pero goza de unas playas y acantilados que la han hecho famosa. La calma también puntúa, ya que en la isla todo parece ir al ralenti. Incluso los autobuses cargados de material avanzan renqueantes, como si no tuvieran ninguna prisa. 

En Siargao la vida parece sencilla, sin complicaciones. Una cabaña en una playa con palmeras es suficiente para darse un baño en el paraíso. El resto consiste en dejarse ir, y en acercarse a las maravillosas playas y a algunas de las olas que han hecho famosa a la isla entre los surfistas. 

miércoles, 5 de agosto de 2015

El río subterráneo de Palawan



La isla de Palawan es una maravilla que invita a pensar que el paraíso existe y se encuentra en Filipinas. Una costa virgen, una vegetación exuberante, pequeñas islas y fondos de coral jalonan un paseo por esta isla que los españoles llamaron, se supone que por similitud fonética, isla de la Paragua.
La capital de la isla, Puerto Princesa, es un conjunto de hoteles, restaurantes y bares que no tiene más virtud que tener cerca el aeropuerto. Para ver la auténtica belleza de Palawan hay que ir más allá, a la bahía de Corón, a la reserva de El Nido o al río subterráneo, que emerge de un acantilado de caliza como una aparición fantasmal. 
La entrada al río, a través de la boca de una cueva, sobrecoge. Una vez dentro, hay ocho kilómetros de recorrido bajo tierra, estalactitas, murciélagos y una oscuridad que contribuye a realzar lo espectacular del río. Fuera, la playa, las palmeras y las colinas rocosas refrendan que Palawan tiene todas las cartas para ser un paraíso.


jueves, 23 de julio de 2015

La original Iglesia Ni Cristo



En Filipinas llaman la atención las muchas parroquias de la llamada Iglesia Ni Cristo. El nombre sorprende de entrada, porque parece decir que no las frecuenta ni dios. Pero, no van por ahí los tiros. “Ni”, en tagalo, significa “de”, con lo que tenemos que se trata de la Iglesia de Cristo.
Esta original iglesia la fundó en 1914 el filipino Félix Manalo, con la intención de acercarla a la auténtica doctrina de Cristo. Le sucedió su hijo, Eraño Manalo, y a éste su hijo, Eduardo Manalo. Como se ve, el negocio, que cuenta con más de cinco mil congregaciones, se mantiene en familia. 
La catedral de Manila parece empequeñecer cuando contamos las muchas sedes de la Iglesia Ni Cristo que hay en las Filipinas. Su influencia social, según dicen, es muy grande en las islas.

martes, 14 de julio de 2015

Las terrazas de arroz de Banaue



El viaje de Manila a Banaue son diez horas de carretera, con algunos atascos de por medio y circulación poco fluida. Por el camino, muchos arrozales, muchos triciclos y algunos pueblos que se alargan siguiendo la carretera. Se hace largo, pero a la llegada a Banaue, cuando estalla el verde de las terrazas de arroz escalonadas en la montaña, todo se da por bien invertido.
El Hotel Banaue and Youth Hostel es una buena base para visitar las antiguas terrazas de arroz. A bordo de un jeepney, y por caminos en general en buen estado, vale la pena acercarse a Batad. El último tramo se hace a pie, pero es mejor, ya que permite mantener hasta el final el suspense de una vista perfecta. Desde allí, las terrazas de arroz parecen haber alcanzado la perfección. 
En Hapao, también cerca de Banaue, el valle es más ancho y las terrazas de arroz se presentan de modo más armónico, sin tanta pendiente. Contemplarlas bajo la lluvia, cuando el agua desborda las canalizaciones, es una auténtica gozada. Definitivamente, merece la pena visitar Banaue, a los que algunos llaman “la octava maravilla del mundo”.

sábado, 4 de julio de 2015

Filipinas y el lejano pasado español



En Manila la mayoría de apellidos son españoles, pero muy poca gente habla castellano. Cierto que Magallanes tomó posesión de las islas, en 1521, en nombre de España, y las llamó Filipinas en homenaje a Felipe II, pero ha llovido mucho desde entonces. Las islas fueron españolas hasta que en 1898 pasaron a Estados Unidos, que organizaron la enseñanza en inglés. Los gringos se quedaron hasta 1946, y ahí siguen los filipinos, hablando inglés y tagalo, además de 111 dialectos.
Como lo que se lleva en Manila son los atascos, los vendedores ambulantes hacen su agosto en la calle. Venden de todo, incluso banderas de Filipinas para fomentar el ardor patriótico. Muchos te hablan en tagalo, una lengua musical que incorpora palabras en castellano, como los números, pasajero, aeroplano, mamón (un pan dulce), ensaimada (un bollo pequeño), paella, asado, etc. 
En los nombres de los barrios, como Ermita o Intramuros, se sigue notando la huella española, pero el inglés gana a la hora de comunicarse. Los filipinos suelen resumirlo así: “Vivimos 377 años en un convento, y 48 en Hollywood antes de llegar a se nosotros mismos”.

domingo, 28 de junio de 2015

Los jeepneys te dan la bienvenida a Manila



Lo malo de las Filipinas es que pillan lejos, muy lejos. Son seis horas de avión hasta Qatar y, después de una pausa poco oportuna en el territorio desabrido del aeropuerto, nueve más hasta Manila. Si a esto le sumamos el cambio de hora, llegas descompuesto. Lo bueno es que merece la pena viajar hasta allí. La bienvenida te la dan los numerosos jeepneys que nos cruzamos en el camino hacia el hotel.
Los jeepneys son un invento de Leonardo Sarao, un filipino con ideas. Se fijó en los jeeps abandonados por los norteamericanos después de la Segunda Guerra Mundial, los alargó un poco, les dio color y, con unas pintadas de “Jesús Saves”, “In God we trust” o “Praise the Lord”, los puso en la carretera. Ahora los hay a miles. Son un transporte barato: 8 pesos los primeros cuatro kilómetros. O sea, 15 céntimos de euro. 
Además de los jeepneys, en Manila funcionan motos con aparatosos sidecar donde pueden caber hasta diez personas, triciclos mucho más baratos y coches-taxi más caros. Todo vale para pasear por esta ciudad tropical en la que menudean los atascos. Puede ser pesado, pero el paseo marítimo y los barrios de Intramuros y Ermita justifican de lleno a Manila.


miércoles, 20 de mayo de 2015

De Etiopía a Oslo... y a Filipinas

Hay meses en que los viajes se acumulan y te invade la sensación de que te estás viajando encima sin remedio. Después de Costa de Marfil, he estado unos días por el sur de Etiopía de la mano de un experto como Jordi García Guitart, de Terres Llunyanes. Ha sido un maravilloso viaje que relataré más adelante en el blog, ya que mañana mismo tengo que volar a Oslo. Regreso el domingo para irme el lunes a Filipinas... Inevitable: el síndrome "si hoy es martes esto es Bélgica" se está instalando en mi...
De momento, ahir va una foto del valle del Omo, en Etiopía.
Había estado anteriormente en Etiopia, pero en el norte, visitando el Lago Tana, Lalibela, Axum... Lugares maravillosos que prueban que Etiopía es uno de los países más interesantes de África. Si le añadimos las etnias del sur y la depresión del Danakil, no hay duda de que Etiopía es un país 10, tocado a menudo por un verdor que estalla a los ojos del viajero.
Como contraste, mañana  vuelo a Oslo, a la Europa civilizada, a una ciudad nórdica que me encanta, pero que está a años luz de la magia de África. Es lo bueno de los viajes, que de uno a otro media todo un mundo.


miércoles, 6 de mayo de 2015

La encantadora decadencia de Grand Bassam



En cuestiones de decadencia, como en casi todo, hay un punto de no retorno. La decadencia tiene su encanto mientras no rebase unos límites, pero cuando va un poco más allá puede convertirse en ruina. Grand Bassam, la ciudad marfileña declarada Patrimonio de la Humanidad en 2012, está justo en este punto en el que los edificios coloniales, asediados por el paso del tiempo, la humedad, la desidia y la maleza, tienen aún un encanto innegable. Un paso más, sin embargo, y el encanto se esfumará.
Aún merece la pena acercarse a Grand Bassam, una ciudad cercana a Abidjan que en 1893 fue capital colonial de Costa de Marfil. Merece la pena contemplar los edificios que se caen afectados por lo que podríamos llamar un exceso de trópico o para comer unas sabrosas gambas en alguno de los restaurantes de la playa. O para visitar a un rey, algo que en África siempre es más fácil que en otros lugares.
Su Majestad Awoulae Tanoe Amon, rey de los N’zima Kotoko, nos recibió en Grand Bassam vestido con ropajes de colores vistosos y sentado en un trono que es, de hecho, la mandíbula inferior de una ballena. Original, sin duda. Y mayestático. Cuando un rey te da la bienvenida en este plan, regalándote música y danzas, es imposible que el viaje sea malo.

lunes, 4 de mayo de 2015

Lavar la ropa en Abidjan



Abidján es una gran ciudad típicamente africana, difícil de entender a primera vista, a caballo entre el mar y la laguna. Sea como sea, lo que más me llama la atención es la cantidad de gente que acude a lavar la ropa a orillas del riachuelo Banco. Para secar la colada, no problem: lo mejor es tenderla con esmero sobre la hierba y los arbustos.
Abidjan tiene un puerto enorme y viven en ella entre tres y cinco millones de habitantes, aunque hay quien eleva la cifra a siete. Ya lo dije en una entrada anterior: el censo no es punto fuerte de Costa de Marfil. 
Para apreciar el contraste entre la modernidad a la europea del centro y el caos de los suburbios, nada mejor que coger primero un taxi, con atasco garantizado, y gozar después de una plácida navegación por la laguna. De noche, por cierto, es obligado ir a una discoteca; allí el coupé decalé y el bailoteo frente a los espejos dan siempre mucho juego.

viernes, 1 de mayo de 2015

El espejismo de San Pedro



Hay algo de irreal en San Pedro, una población fundada por navegantes portugueses en el siglo XVI que tiene entre 100.000 y 400.000 habitantes (Nota: el censo no es el punto fuerte de Costa de Marfil). Hay algo irreal en esa ciudad dispersa que cuenta con el primer puerto mundial en exportación de cacao y en la que no resulta fácil identificar el centro. Las hermosas playas del frente marítimo, escoltadas por palmeras y hoteles, apuntan que hay turismo en San Pedro, pero el puerto es el lugar de mayor actividad.
El puerto se inauguró en 1971 para descongestionar el de Abidjan. Fue entonces, ante la perspectiva de un gran futuro económico, cuando la población empezó a crecer sin orden y sin plan urbanístico. Y es por eso, porque su crecimiento recuerda los poblados de la “fiebre de oro” del Oeste norteamericano, que aún hoy hay quien la llama “Ville Far West”.
En la aldea de pescadores de Digbeu, al final de una degradada pista de tierra roja, la gente nos recibe alborozada. En la playa se sientan los notables del pueblo, que nos ofrecen música, danzas, comida, bebida, abrazos, palabras de bienvenida y alegría. Es el África que baila y ríe. Quizás nos confunden con profetas de una nueve “fiebre del oro”, de la llegada del turismo a gran escala. Sea como sea, su alegría se contagia, igual que el entusiasmo con que nos muestran las cabañas maltrechas, el rincón donde cosen las redes o el horno donde ahuman el pescado. Cuando nos vamos, el buen rollo que nos han inculcado viaja con nosotros. Unos kilómetros más allá, sin embargo, el contraste con los hoteles de turistas confirma que San Pedro tiene algo de irreal.


miércoles, 29 de abril de 2015

Bienvenidos a Costa de Marfil



Hay países en los que, desde el primer momento, te sientes bienvenido. Costa de Marfil, sin ir más lejos. Influye que viajé allí invitado por el Ministerio de Turismo y formando parte de una delegación española que, fuera donde fuera, era recibida con aplausos, vítores, danzas, jolgorio, abrazos, sonrisas, vino de palma y rituales de bienvenida. En resumen, algo así como Bienvenido Mister Marshall, pero en versión africana.
El periplo empezó por la preciosa playa de Grand Jacques, en una carpa bajo las palmeras en la que pudimos sentir la calidez de unos lugareños que bailaban y reían a pesar de los más de treinta grados y la elevada humedad. Sudé tanto allí que pienso que si me hubiera entretenido en recoger el sudor habría llenado unos cuantos cubos. Todo un contraste con mi anterior viaje: nada menos que a la Antártida. Los notables locales, ataviados con sus mejores prendas, nos desearon la bienvenida y nos obsequiaron con agua de coco recién bajado de la palmera. Una delicia. 
Uno se acostumbra rápido a caminar entre la multitud como si fuera una estrella de rock o el mismísimo Mister Marshall. Se trata de lucir una gran sonrisa, saludar sin cesar y tratar de devolver con la mirada todo el buen rollo que te regala la gente. El director general de Turismo nos lanzó un deseo: “Cuando la guerra, el país estaba lleno de periodistas, pero llegó la paz y se marcharon todos. Queremos que vuelvan para que cuenten lo bello y tranquilo que es el país y que hagan que regrese el turismo”. Pues eso, Mister Marshall.

sábado, 11 de abril de 2015

La belleza dramática de la Antártida



Cruzar de noche el canal de Lemaire, en medio de una intensa nevada, equivale a retener la respiración, forzar la vista, adecuar tus pasos por cubierta a la lenta velocidad del Fram, protegerte contra el frío y cruzar los dedos para que todo salga bien. El barco avanza en zigzag, con prudencia, esquivando icebergs en medio del crujir de la capa de hielo que hay en superficie.
Cuando la nevada reduce la visibilidad, el capitán ordena, desde el puente de mando, encender un potente foco para ver mejor el mar de hielo. Es un mundo inundado de blanco, envuelto en silencio, en el que uno tiene la sensación de que el hombre es tan sólo un accidente mínimo. La grandiosidad del paisaje sobrecoge. 
Ésta es la última entrada que escribo sobre la Antártida. Podría escribir muchas más sobre esta tierra fascinante, pero no puedo alargarme indefinidamente. Para terminar, nada mejor que el canal de Lemaire. Fue emocionante cruzar este canal estrecho, poblado de icebergs de todos los tamaños y con glaciares a ambos lados, inmensas fábricas de hielo que arrojan, de vez en cuando, aún más hielo a este mar inacabable para resalzar, aún más si cabe, la belleza dramática del continente helado.


martes, 7 de abril de 2015

Oferta en base ucraniana: un vodka por un sostén



En la base Vernadsk, que pertenece a Ucrania desde 1996, lo más famoso es el bar. Y lo es por dos motivos: porque venden un vodka hecho por ellos que entra la mar de bien, y porque tienen una oferta increíble: un chupito de vodka por un sostén, aunque sea usado. Resultado: sostenes de distintos colores y tamaños cuelgan de los estantes del antiguo pub británico.
Antes de pertenecer a Ucrania, la base era británica, se llamaba Faraday y realizó mediciones importantes para descubrir el agujero de la capa de ozono. Hoy, sin embargo, todo parece ir al ralenti. Un par de ucranianos juegan al billar y otros se entretienen consultando Internet. En el exterior, unos cuantos grados bajo cero y un campo de fútbol cubierto de hielo, del que sólo asoma la parte alta de las porterías, se encargan de recordar que en el interior se está mejor que en ningún otro sitio.

En los grandes depósitos, rodeados de nieve, alguien dibujó dos dedos que forman la V de Victoria, un par de palmeras y un sol. Es una manera de proclamar que, a pesar de todo, la vida aquí puede ser maravillosa.