lunes, 9 de noviembre de 2015

La ciudad perdida de la Ruta de la Seda



Apenas si queda nada de Otrar, una ciudad del sur de Kazajstán que fue famosa en los lejanos tiempos de las caravanas de la Ruta de la Seda. La destruyó Genghis Khan en 1219 y, tras ser reconstruida, Tamerlán murió allí cuando iba a conquistar la China, en 1405. Sus ruinas desprenden hoy una sensación de soledad que no permite imaginar el esplendor pasado. Para ver lo que pudo ser hay que ir a la cercana ciudad de Turkestán, donde deslumbra el impresionante mausoleo del santo sufí Khoja Ahmed Yassawi.

Otrar es hoy silencio, polvo y olvido, pero la ciudad que la sustituyó en la estepa, Turkestán, se muestra aún viva y vibrante, gracias al santo sufí que vivió allí en el siglo XI y a quien Tamerlán, en el siglo XIV, ordenó construir un magnífico mausoleo. Miles de peregrinos acuden a visitarlo con una devoción absoluta que contrasta con la desolación de Otrar. 
No muy lejos del mausoleo, en la misma ciudad de Turkestán, la mezquita sufí subterránea, reconstruida hace unos años, impresiona por sus distintas dependencias y por la mirada interior a que se veían forzados quienes vivían en ella. El sufismo es un territorio aparte en el Islam, un territorio que merece la pena explorar.

lunes, 2 de noviembre de 2015

En Astaná, con los Leopardos de las Nieves



Astaná es una ciudad rara, como todas las que han surgido de la nada. En 1998 el presidente Nazarbáyev decidió convertirla en capital de Kazakhstán, desplazando a Almaty. De repente, la capitalidad pasó a una aldea situada en medio de la estepa. Como el país es rico en petróleo, no se ha escatimado dinero para vestirla de capital.
Astaná es rara y fría. En invierno, la temperatura llega a 40 bajo cero y, cuando sopla el viento siberiano, se hace difícil circular por la ciudad. El arquitecto japonés Kisho Kurokawa ganó el concurso de un ambicioso plan urbanístico que, gracias a los petrodólares, se va cumpliendo. Dicen que en 2030 Astaná estará terminada, con edificios de Norman Foster y otras estrellas, con una Ópera neoclásica, una Gran Mezquita, muchos museos y edificios espectaculares. Astaná es, de hecho, una ciudad museo.
Lo bueno de los países fríos es que practican deportes de invierno. El hockey sobre hielo, por ejemplo. Uno de mis grandes momentos en Astaná fue asistir, en compañía de buenos amigos, a un partido de Los Leopardos de las Nieves, que es como se llama el equipo de Astaná. Ganaron 5 a 0 a un equipo ruso, pero lo de menos fue resultado. Ver a aquellos leopardos que me recordaban el gran libro de Peter Matthiessen luchando por defender el nombre de Astaná, fue un placer.